miércoles, 27 de agosto de 2014

Nostalgia de la Sombra, de Eduardo Antonio Parra.


Nostalgia de la Sombra, de Eduardo Antonio Parra.



Leí este libro cuando cursaba la universidad hace ya casi diez años.  Ni siquiera lo compré y no sabía nada de él, en realidad fue un regalo que me dieron cuando a uno de mis profesoras se le ocurrió hacer un intercambio de regalos en la clase.
No soy un aficionado a la novela negra y no conozco muchos autores de ella en México; así por ejemplo sé que Paco Ignacio Taibo II escribe historias de este tipo pero solo he leído de él sus trabajos como historiador.
Tampoco sé mucho de Eduardo Antonio Parra. Sé, por la información del autor que viene en la contraportada y en la contracubierta, que ganó el premio de Cuanto Juan Rulfo.
Pero lo importante es la novela.  Nostalgia de la Sombra nos cuenta la historia de un Sicario. No uno de esos gatilleros que disparan primero y preguntan después, que hacen levantones o arrojan granadas en lugares públicos. No. Me refiero a un sicario a la antigua, un asesino a sueldo de alta categoría que combina el asesinato con una actividad detectivesca. Alguien acostumbrado a seguir silenciosamente a su víctima durante días para encontrar el momento indicado (o simplemente aguardando la orden) para hacer el trabajo. 
Es la historia de Ramiro Mendoza Elizondo, quien nació con el nombre de Bernardo. Mientras sigue la huella de su próxima víctima los recuerdos comienzan a aquejar a este granuja involuntario. Cuando acepta un “trabajo” en su tierra natal inevitablemente comienza a rememorar los pasos y las decisiones que lo llevaron a tal punto. Así pasado y presente se intercalan mostrándonos que la vida entra de este personaje no ha sido más que un círculo vicioso de desesperación, desahogo y arrepentimiento.
Cuando un joven Bernardo, corrector de estilo en un diario pero con aspiraciones a guionista, es asaltado a media noche en la terminal de autobuses todo cambió. Un hombre inmerso en la cultura mexicana amante de la violencia, que produce “westerns” infames como los de los hermanos Almada; donde los corridos y la música ranchera muestran el asesinato, el machismo y la venganza como valores. Un mexicano del montón inmerso en un lugar donde la fatalidad puede llegar del rincón más insospechado. Un ciudadano que se ve a sí mismo desvalido ante el crimen pero al mismo tiempo se confía en que algo malo no le va a pasar por el simple hecho de que no le ha pasado ya. Este personaje, después de una visita al cine y una borrachera, se ve acosado por tres jóvenes armados que tratan de asaltarlo ante la indiferente mirada de los pasajeros del último autobús del turno.  
Si bien al principio es derrotado el pobre Bernardo logra sacar fuerzas de flaqueza y revertir la situación. Pero entonces aparece alguien en escena, una faceta de Bernardo que este no sabía que existía, un Bernardo que no se conforma con quitarse a los maleantes de encima sino que son saña los apalea en un paroxismo violento y los apuñala con sus propias armas a pesar de que los muchachos ya estaban rendidos. 
Bernardo huye para no ser atrapado por la policía. A la mañana siguiente asesina a un homosexual para quitarle la ropa y dejar atrás os trapos empapados en sangre que delatarían su asesinato de la noche anterior.
Así nuestro personaje principal se va perfilando no tanto como una víctima de las circunstancias como un psicópata. Sabe bien que ha cometido un crimen y sabe que merece ser castigado, inútilmente se justifica a si mismo aduciendo defensa propia, lo que consigue es ver enemigos a diestra y siniestra, enemigos a los que debe matar si  es necesario y si quiere permanecer libre. Si bien sigue teniendo presente que debe regresar a su hogar el impulso de verse libre y poner distancia entre él y cualquier sonido de sirena es mayor dejando atrás a su familia. En ningún momento se plantea presentarse ante la autoridad y dar su versión de los hechos, ni siquiera porque lleve las heridas de la golpiza encima o haya una docena de testigos que vieron lo que sucedió. Para él los testigos solo hablaran en su contra.
Así comienza el largo camino de un Bernardo para convertirse en el gatillero Ramiro Mendoza. Los pasos erráticos del fugitivo lo llevan a un basurero, el puente fronterizo, un fallido intento de llegar a la unión americana y, finalmente, la prisión. En cada lugar la historia se va repitiendo. Cada vez que nuestro protagonista intenta ser feliz o cree que puede serlo sus impulsos violentos se imponen. Ya sea el pepenador malandro que le quita  la mujer a su amigo, el pollero violador que entrega a sus clientes o los matones que controlan la prisión, los enemigos van cayendo. Nuestro protagonista no se las da de héroe, no se hace elaboradas ideas de justicia, simplemente quita del camino a aquellos personajes que considera indeseables. Al contrario, sabe que lo que hace será castigado y cada homicidio viene acompañado de la inevitable partida y cambio de identidad.
Al final el ciclo vuelve a repetirse. Cuando el gatillero lleva a cabo el asesinato, a pesar de no aguardar las órdenes, y queda mal herido huye y para dejar atrás la vida como matón a sueldo y enfrentarse nuevamente al incierto por venir. El ciclo vuelve a repetirse.
Debo decir que es una novela muy buena. No concuerdo con la idea de destino que trata de manejar, un destino disfrazado de azar y que encasilla al personaje en una vida cíclica. En realidad creo que es el propio personaje quien se encuentra encerrado en un acto repetitivo. Incapaz de retomar el rumbo busca la forma difícil de salir adelante, busca la felicidad pero se cansa rápidamente y decide “quemar las naves” una y otra vez. Su vida, trágica y miserable por más éxito que tenga en lo que hace, es un reflejo de su propia psique, que le niega la oportunidad de ser feliz por las cosas malas que ha hecho.
Lo interesante es que esto aplica para todos los mexicanos, obsesionados con su falta de éxito y encasillados en una mala justificación del mismo, repitiendo los errores una y otra vez bajo el pretexto de que no hay otra forma de hacerlo.
En cuanto a la narrativa. Sale a relucir el conocimiento del autor sobre la región norte, concretamente Monterrey. Los paisajes, tanto naturales como urbanos, son sumamente elaborados y vividos, aun cuando nos retrata miseria y desolación. Algo que encuentro como un defecto es que muchas veces cambia la narración de tercera a primera persona.  Es algo que he visto en otras novelas del género como “El Complot Mongol”. Necesitaría leer muchas más narraciones del genero para afirmar si es un error o es algo común dentro del mismo.
La nostalgia de la Sombra es una muy buena novela, una que hoy día nos trasporta a un tiempo en que la violencia y el crimen existían pero seguían siendo una faceta macabra que permanecía en las penumbras. Atrás quedaron esos días cuando uno temía ser asaltado en las noches, hoy es a pleno día cuando uno teme no solo ser asaltado, sino quedar atrapado en mitad de una balacera o ser “levantado” para no volver a ver la luz del sol. ¿Quién diría que el crimen provocaría nostalgia?

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