La invención de
Hugo Cabret, de Brian Selznick
Debo decir que cuando llevaron a mi casa un DVD de la película “La
invención de Hugo Cabret” de Martin Scorsese solo la “medio vi”, pues estaba
haciendo otras cosas… y lo que vi no me sorprendió. De hecho la película, con
su extraña trama de un niño que reconstruye un autómata y se encuentra que su
creador es un viejo juguetero que fue un director de cine famoso (y que trabaja
a dos pasos de distancia), me pareció pretenciosa y falsa.
Así que se imaginaran que el libro que llevaron el libro, producto de un
préstamo de biblioteca, a mis manos no me emocioné mucho. Por fortuna estaba
equivocado.
El libro es grueso como un diccionario, por lo que es fácil sentirse
intimidado por sus páginas de borde negro. Y es entonces cuando nos llevamos la
primera sorpresa. No sé ustedes pero yo soy de los que hojean los libros antes
de leerlos, aun si se tratan de puro texto, y entonces me di cuenta que la
mayoría de las hojas tiene poco texto. Y entonces viene la segunda gran
sorpresa: muchas de las páginas son, de hecho ilustraciones.
Tanto la historia como las ilustraciones corren a cargo del mismo autor. Pero
también podemos encontrar fotografías, ilustraciones y fotogramas de antiguas
películas.
La historia se ambienta en la estación de trenes de parís durante la década
de 1930. A través del texto y las imágenes el autor nos lleva de la mano a la
vida de Hugo Cabret, un huérfano aficionado a la relojería que ha tomado a su
cargo los relojes de la estación después de que su padre muriera y su tío
desapareciera.
Pero Hugo guarda un secreto, un autómata que rescató de los restos de un
museo incendiado. Los intentos de Hugo por reconstruir al autómata expresan su
anhelo de encontrar un propósito a su vida y una respuesta a su mala fortuna.
Esa búsqueda lo llevará a conocer a distintos personajes como Isabelle o el
viejo juguetero a quien le ha estado robando las piezas para reconstruir su
autómata.
La película no me llamó demasiado la atención pues era una película al fin
y al cabo y no tenía mucho a su favor más que unos efectos especiales notables.
El libro, por otro lado, es una película por sí mismo. La combinación de
imágenes y textos que se complementan sin redundar, que se dejan espacios
mutuos para que las imágenes continúen una historia comenzada como un texto y
viceversa, hacen tan especial este libro.
No era para menos. El libro viene a ser un sensible homenaje a la memoria
de George Méliès (si, el viejo juguetero de la película) quien fue el pionera
en el cine fantástico francés. De hecho la película nos lleva a una época en la
que las nuevas tecnologías habían encontrado en el entretenimiento un campo
fértil. Una época en que magos e ilusionistas eran también artistas de la
robótica y cineastas.
Méliès fue un pionero de los efectos especiales y el cine a color. Fue
también un pionero en el género fantástico, la ciencia ficción y el terror. Increíblemente Selznick hizo una investigación concienzuda
de la vida del director francés para su libro. Si, Méliès inició como un mago y
en verdad fabricó autómatas, pero también vivió tiempos difíciles en los que
tuvo que vivir de una pequeña tienda de juguetes en una estación del tren para
luego ser “redescubierto” por los cineastas franceses y la corriente
surrealista. Es entonces que nos damos cuenta que ese giro que no podíamos
creer, esa extraña idea de destino que parece manejar el autor al ubicar al cineasta
creador de maravillas junto al niño que ha encontrado su mayor obra en el mismo
espacio, no es para nada imposible. ¿Quién pensaría que el hombre que atendía
una juguetería hubiera sido alguna vez un gran cineasta?
Selznick da directo al clavo con esta novela, una combinación de varios
medios cuyo resultado no es tanto una novela gráfica como una película impresa
en papel.
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